Demandarle a un político que aspire a algo más que a la búsqueda desnuda del poder no debería ser una reivindicación ingenua. La política no debería ser solo un juego cínico. Si perdemos la confianza en los políticos, estaremos peligrosamente cerca de perderla en la democracia liberal.
Ricardo Dudda
Señalar la hipocresía de los políticos se ha convertido en un lamento melancólico e impotente. ¿De qué sirve? Vivimos en una democracia mediática y de entretenimiento. Al político contemporáneo solo le preocupa no perder el interés de los ciudadanos. No solo compite con otros políticos, también con otras formas de entretenimiento. En las elecciones madrileñas, vimos un contraejemplo de esto en la figura del candidato socialista, Ángel Gabilondo. Sus contrincantes creaban contenido viral; él, si conseguía salir en el foco, era solo como objeto de burla.
En el ritmo incesante de la política, lo que menos importa es ser fiel a uno mismo. Lo verdaderamente importante es no desaparecer. Decir una cosa y la contraria no te penaliza: ¿quién se acordará en unos días o semanas? Por eso abundan el cinismo, el cálculo estratégico a corto plazo y el sectarismo. En la política española contemporánea, los cambios de opinión no suelen ser por convicciones. Hace unos días, el recién elegido secretario general del PSOE en Andalucía, Juan Espadas, fue al programa de Carlos Alsina en Onda Cero. Hablaron de los indultos a los independentistas. «Entiendo», dijo el presentador, «que usted apoya los indultos en la medida en que el Gobierno de España ha decidido que los va a conceder. Si hubiera decidido lo contrario, usted opinaría lo contrario». Espadas respondió con un simple «claro». Es una actualización sectaria de la máxima de Keynes, como hizo Daniel Gascón en una de sus viñetas: «Cuando mi partido cambia de opinión, yo también lo hago».
La anti-hipocresía más absoluta es una aspiración de pureza y autenticidad. Y, como ha escrito el politólogo Alberto Penadés, «la autenticidad en política es a menudo enemiga de la verdad». Al mismo tiempo, exigir a los políticos que no sean hipócritas demuestra que todavía tenemos confianza en la política liberal. De nada serviría pedirle eso a un líder autoritario. Los ciudadanos en democracias liberales piden a los políticos que estén a la altura de las promesas del sistema. Forma parte del contrato social.
Demandarle a un político que aspire a algo más que a la búsqueda desnuda del poder no debería ser una reivindicación ingenua. La política no debería ser solo un juego cínico. Si perdemos la confianza en los políticos, estaremos peligrosamente cerca de perderla en la democracia liberal. El populismo no ha surgido por combustión espontánea; es una respuesta a la hipocresía del establishment.