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La extorsión permanente (nada que ver con Trotsky )Del libro: Bermejo Inmortal.

Alfonso Blanco López
Tarija, 30 de abril de 2024

-Hay que aportar compañero- dijo el colega de Ipita , -el jefe debe quedar bien, las bicicletas son para la doble Chaguaya -, a lo que Ipita contestaba:

-Pero si ya aportamos para el partido, día de la madre, 15 de abril, 6 de agosto, 24 de agosto, 4 de julio, carrera de embolsados, Santiago apóstol, fiesta de La cruz, carnaval, navidad, año nuevo, cumpleaños del jefe, y de su mujer, y para cuanta celebración se les ocurre, donde hay que regalar baldes, ollas, tortas, chanchitos a la cruz, vino, pagar a los músicos, pasajes y viáticos para los aplaudidores.

Ipita comenzaba a subir el tono, su compañero de trabajo, nervioso, susurraba:

-No hables tan fuerte, te escucharán, sabes que las paredes tienen oídos y el jefe podría enterarse.

Esta conversación se repetía cada vez que los encargados del partido venían a pedir aportes.

-Hasta nos hicieron comprar libros, protestaba Ipita.

La vecina del escritorio contiguo había escuchado la charla, aunque siempre temerosa, más pudo su necesidad de desahogo que el miedo a que le despidieran, ruborizada añadía:

-Para entrar tuve que pagar, sin contar los meses de campaña trabajando gratis fabricando banderas y asistiendo a las concentraciones.

Como las paredes tienen oídos en las oficinas públicas, otra funcionaria se acoplaba a las quejas:

-Al menos a nosotras nos contrataron, a mi comadre por buena moza hasta al karaoke la llevaron y ni así le dieron pega.

Ipita, arrepentido de su ímpetu inicial, temeroso que con sus quejas estuviese ocasionando un mitin de protesta, y recordando que, aunque mísero, su sueldo le permitía llegar a fin de mes cubriendo los gastos y sobre todo pagando los préstamos, trataba de calmar los ánimos diciendo:

-Compañeros al final somos privilegiados, tenemos trabajo.

Fue como echar gasolina al fuego, las voces se escuchaban en toda la oficina y se fueron sumando otros empleados, uno de ellos claramente molesto reclamaba:

-Se venció mi contrato y sigo trabajando, me prometen que lo renovarán, pero nada.

Otros comentaban:

-Si al menos nos fueran a recoger, ellos usan los vehículos como de su propiedad, ¡no saben cuánto cuesta un litro de gasolina!.

Ipita ahora sí que estaba asustado; en cualquier momento volvería el coordinador de la célula partidaria y les encontraría en plena reunión de protesta.

-Hay que avisarle al jefe, decían los demás; tratando de encontrar una esperanza para que los abusos terminaran.

-El jefe no solo sabe, él instruye los cobros; dijo otro funcionario que había sobrevivido varios cambios políticos.

-Todos son iguales; y continuaba:

-Hay que aportar para todo y todos los meses, ya se acostumbrarán.

Los reclamos y quejas siguieron subiendo de tono:

-Hasta los fines de semana tengo que ir a sus fiestas!; protestaba la morena de curvas pronunciadas, que se sabía tenía amores con el jefe y que tarde se dio cuenta de su confesión involuntaria.

La reunión se salió de control, los reclamos eran variados, desde los cobros mensuales por el salario recibido, pasando por la incompetencia de los jefes de turno, la reducción de sueldos, hasta el acoso sexual.

De pronto, escucharon la puerta abriéndose, todos quedaron inmóviles y en silencio, entró el coordinador político y al verlos reunidos, de manera natural dijo:

  • Compañeros, no se olviden de sus aportes, el jefe como siempre les agradece su apoyo.

Todos volvieron a sus escritorios simulando trabajar, y resignados, uno por uno entregaron su contribución.

Los aromas de la comida criolla invadieron el ambiente, era hora del almuerzo.

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