
Eduardo Claure
La crisis moral que afecta a la política en el momento o actual es fruto de la elección de formas de vida equivocadas y de valores inapropiados. La corrupción política está ligada al abandono de la idea del bien común como elemento hacia el que se debe tender para gestionar los recursos públicos. Para regenerar la vida política es necesario desarrollar mecanismos orientados a mostrar la corrupción y combatirla con leyes claras. Existen suficientes reservas de desprendimiento, dignidad y patriotismo para reconocer que nuestro país es más grande que nuestros intereses particulares y para admitir que Bolivia merece una situación política mejor. Se puede ser adversarios políticos, eso es parte de la democracia, sin embargo, cuando se cae en una situación de desconfianza reciproca profunda, ya no se puede recuperar la confianza. Nos encontramos en un contexto de extremada polarización política, que restringe la tolerancia del adversario, no del enemigo: esta perversa confrontación debe terminar, al menos en “la oposición”. Desde hacen décadas se reconoce las limitadas condiciones socio-económicas del país y la precariedad política y ética en que incurren la absoluta mayoría de políticos y sus organizaciones, que más se empeñan en la obtención de riqueza y poder, antes que el desarrollo de las comunidades, municipios, departamentos y el país. Como opción, se propone ejercer la Educación Filosófica, como un medio de desarrollo racional, crítico, reflexivo y transformador de los entornos sociales y naturales. Como sociedad, en términos globales, seguimos teniendo una estructura económica productiva atrasada, que gira en la actividad agro-minera exportadora, con escaso desarrollo industrial, tecnológico, científico y sin mayor esperanza de cambios en estos sectores. Seguimos siendo un buen mercado para la transacción comercial y la promoción del consumismo, propiciados por transnacionales financieras, que controlan la economía nacional -mundial- y direccionan los regímenes políticos de los países supeditados, a lo que debe añadirse la pesada influencia del narcotráfico, contrabando, informalidad, la no tributación de productores de hoja de coca y las pírricas de las cooperativas mineras y auríferas. Social y culturalmente seguimos siendo un país diverso, multicultural y multiétnico, signado por diversas contradicciones sociales y políticas, con un proceso migratorio interno y externo, en medio de inestabilidad e inseguridad social, psicológica, educativa y laboral, que en conjunto hacen difícil el logro de bienestar y desarrollo humano. Por el contrario, se tiene bajos ingresos económicos per cápita, deficientes niveles de vida, limitado acceso a la educación, a la salud, los valores y derechos humanos, entre otros. Lo sorprendente es que las referencias estadísticas oficiales y declaraciones del ejecutivo, describen, irresponsablemente, que la situación económico social de los bolivianos viene alcanzando niveles envidiables de bienestar, progreso, con la disminución significativa de los elevados índices de pobreza, analfabetismo y desempleo -somos un ejemplo a imitar, dicen-. Sin embargo, la incontrovertible realidad, signa a Bolivia como uno de los países más desiguales de América Latina, no sólo en términos económicos, sino también en términos sociales y étnico-culturales, advirtiéndose que existen más que en el siglo pasado, profundas brechas entre ricos y pobres, entre indígenas y no indígenas, entre hombres y mujeres, entre zonas urbanas y rurales, aún más en los últimos dieciséis años. Estás son, grosso modo, las expresiones de la vida material en Bolivia, es deducible entonces que, las manifestaciones filosófico-políticas, jurídicas, ético-morales, psicológicas y pedagógicas también responden a este carácter, con algunas particularidades propias de la dinámica social, y es, particularmente en los aspectos políticos y éticos donde se vienen procesando diversas actividades, manifestaciones y gestos de políticos y sus organizaciones y movimientos sociales, que en sí, reflejan una precariedad y descomposición moral, convirtiendo la política y la ética -que en condiciones normales debieran ser elevadas cualidades y capacidades humanas para dirigir y organizar la sociedad y sus instituciones-, en simples medios de satisfacción grupal o personal, de enriquecimiento, aprovechamiento de poder y “prestigio”, condenando a la vez, a las mayorías sociales a la postergación, discriminación y explotación económico-social. La mendicidad en las calles no ha sido erradicada a pesar de una “economía blindada” y que en quince años, seriamos como Suiza. Es alarmante que las contiendas político-electorales de los últimos años han envilecido la política, hasta más no poder por personajes de la mal denominada “clase política”, eufemismo ideológico que no corresponde a la realidad. En efecto, estas personas que hacen de la política, un medio ilícito para lucrar y delinquir, emplean varios “métodos” de asociación vinculados a sectores informales y al margen de lo legal y lo ético, etc., como han sido casos de algunas ETAs, el sistema universitario, el sistema de justicia -ni qué decir-, la policía, abogados, jueces, etc. De esta manera, la búsqueda del desarrollo económico, social y político serio, responsable y sostenido del país, han quedado en vanas promesas y para las calendas griegas, a pesar de la única normativa “revolucionaria” como fue la Ley 1551, la 1654, el proceso autonómico y la desesperada propuesta federalista, que tiene más colores que la wiphala. Es inocultable que en todo este accionar predomina el burdo pragmatismo, que reduce la praxis en riqueza, a una actividad meramente utilitaria. Y que hoy, asociada al modelo neocapitalista del proceso de cambio, empobrece la condición humana, llevándola hasta niveles de descomposición ético-moral inimaginable. Los incursos en esta anómala acción han comprendido que la persona “del capital es su capital”, que las relaciones entre las personas han adquirido un carácter de cosas, de objetos, de compra y venta de conciencias; que los juicios morales y la ética están fuera de lugar y sin importancia. Como sostenían Marx y Engels, estos sujetos no dejan “subsistir otro vínculo entre los hombres que el frío interés, el cruel pago al mejor postor”, en este caso a los electores, que en gran parte careciendo de una conciencia de clase, hipotecan sus votos a los candidatos sin pudor, que hacen de la dignidad personal, la virtud, las convicciones, el conocimiento, la conciencia, un simple valor de cambio y objeto de comercio. No es errado afirmar que estos personajes que dicen representar la “honestidad”, “gobernar escuchando al pueblo”, “los indígenas somos la reserva moral de la humanidad”, etc., no son sino, las expresiones de la corrupción general, de la venalidad universal, de los disvalores cínicos, que disponen de serviles personajes sin una pizca de honestidad, con enormes inversiones económicas de dudosa procedencia, alguna prensa oficialista mediocre, acrítica, con guerreros digitales, “periodistas” empíricos a sueldo sin capacidad investigativa, etc. Este panorama coincide con la corrupción, implica una insidiosa persistencia de minar el desarrollo social, de la democracia y crear redes clientelares que acrecientan la arbitrariedad y las injusticias sociales. El asunto es, que el creciente cuadro de corrupción está asociado al hecho de que alrededor de la mitad de la falta de crecimiento de Bolivia se debe a la corrupción. Alto porcentaje de inversiones públicas, se esfuman en el trayecto de su aplicación. Estas perniciosas acciones no sólo quedan allí. Se extienden a los demás asuntos sociales, con consecuencias, igualmente lacerantes y decepcionantes. Repercuten especialmente en el campo educativo, en que se deseduca a millones de niños, adolescente y jóvenes -con un degradante “nuevo currículo escolar”-, desnaturalizando al sistema educativo, el de la enseñanza en la escuela y la universidad; peor si en estas entidades prevalece el apoliticismo, la neutralidad, la indiferencia social y la falta de una capacidad crítica y reflexiva, que son aspectos consustanciales a la Filosofía, de la que no se ocupan maestros escolares ni docentes universitarios y menos políticos, lo que debiera ser su prioridad en la enseñanza. La filosofía, en tanto que es un saber universal, metódico, riguroso, crítico y sistemático, brinda a los seres humanos la capacidad de conocer y transformar las cuestiones sociales y naturales, más aún si dispone de los aportes valiosos de las ciencias particulares (naturales y sociales). De ello se deduce que si la filosofía como fuerza intelectual prendiese en la personalidad de los seres humanos sería capaz de convertirse en una fuerza material para observar y modificar determinadas situaciones socio-económicas, que han ensombrecido el futuro del país. En efecto, Sartre, ya advertía que la Filosofía tiene un carácter totalizador del saber, es metódico, idea reguladora, arma poderosa y comunidad de lenguaje para comprender y explicar la serie de acontecimientos que tienen lugar en una determinada sociedad. Por ello es posible analizar y comprender la vastedad de problemas y contradicciones, pero también algunas bondades que expresa la sociedad boliviana y que reta a tensar las fuerzas internas y externas, para encarar soluciones a la crisis política, moral y ética por la que atraviesa Bolivia. Dotar de filosofía a la política, a través de la educación interna partidaria y de sus referentes, es el camino. La importancia de la Filosofía como fuerza espiritual y material, en esta larga coyuntura de dieciséis años, que ha soterrado la posibilidad de superar nuestro subdesarrollo, nuestra dependencia mono exportadora, la inexistente industrialización, debiera ser asumida por universidades, columnistas, educadores, académicos, religiosos y, por supuesto, la clase política y sus dirigentes o dueños de siglas políticas -ante la ausencia de verdaderos liderazgos políticos-, como un pilar de discurso y práctica, que pudiese brindar la posibilidad de acercamiento entre pares, pues toda la “oposición es liberal” y debieran matizarse cuando todos debieran asumir un único color o cuando menos, un matiz comprometido con La Patria y su gente. Con respecto a la política, bajo el fundamento de la educación filosófica se debe reivindicar esta cualidad humana, orientando que ella implica la capacidad humana para la organización y dirección de la sociedad y sus instituciones, a través de la búsqueda del bien social, y en última instancia, para acceder al poder político, para la orientación racional, humanista de la sociedad, la economía social, de la producción y los servicios y el desarrollo cultural en amplitud. Es evidente que toda concepción de la política presupone una concepción del mundo, de la sociedad y del hombre. Pero esta noble acción debe implicar efectuar un deslinde con quienes sostienen que la política es una actividad negativa, perversa, mercantilista y propia de las élites y de poder. El asunto explicable es que, en estos tiempos de posneoliberalismo -globalización- la política se ha convertido en una mercancía, útil para vender y comprar conciencias, enriquecerse a costa de los demás, a través de actos ilícitos, de corrupción y control de los órganos como el judicial, fomenta el pensamiento individualista y ha forjado históricamente al individuo ambicioso, antiigualitario, egoísta, individualista, competitivo, consumista, forjador de sí mismo y de su mundo, que es, precisamente, lo contrario de como debiera actuar la clase política. ¿Será posible un milagro en ellos, en una nueva Dirección Filosófica de su accionar político, por Bolivia y hacia las elecciones del Bicentenario…?