
No nos damos cuenta y como que miramos todo igual, pintado del mismo color. Estamos acostumbrados a nuestras veredas llenas de comerciantes informales que venden de todo y no sabemos qué, es cierto, no estamos tan alejados de la realidad, aunque hay diferencias silenciosas.
Desde las 11:00 a 13:00, todos los días, hay ciertos comerciantes que se ubican en las calles del centro de la ciudad, ahí están pero luego simplemente desaparecen, se van, hasta el día siguiente. Venden frutas, de toda clase, en cestas o bolsas, sobre mantas en las aceras, también ofrecen maní con sal, nueces y almendras, cargadores de celulares y otros productos. Tratan de asentarse donde el sol no llega para no sufrir sus efectos, pacientemente esperan al cliente que se acerca y compra, casi no hablan, no ofertan, sólo esperan y venden. Son los comerciantes silenciosos que se adueñan del casco viejo de Tarija, a los que no distinguimos y confundimos con el resto. Vienen de todo lado, del área rural, del interior del país, se suman a la informalidad creciente buscando ganar el pan de cada día.
Ellos están ahí y cumplen su turno, con la esperanza de vender, y así día tras día. Una otra manera de buscarle una salida a las necesidades del hogar que se chocan con la falta de dinero en los bolsillos. Estos comerciantes temporales, por alguna razón llegan y se retiran a la misma hora, ocupan el espacio dejado por alguien y luego lo abandonan para dar cabida a otro.