Santa Teresa: ¿arrobamientos místicos o epilepsia?

La epilepsia es una enfermedad neurológica que se clasifica, atendiendo al inicio de las crisis epilépticas, en focales, generalizadas y no determinadas. Dentro de la epilepsia de tipo focal la forma más común es la epilepsia del lóbulo temporal, desde donde la zona epileptógena se puede extender a algunas regiones cerebrales vecinas.

En términos generales, la epilepsia afecta a personas de todas de las edades, si bien es más frecuente en los primeros años de la vida y en la tercera edad, y se calcula que en estos momentos afecta alrededor de 1 de cada 100 personas.

A punto de ser enterrada viva

En 1970 el papa Pablo VI concedió a Santa Teresa el título de “doctora de la Iglesia”. La Santa había nacido en 1515 en Ávila de los Caballeros, en el seno de una familia noble y muy numerosa. Sus padres fueron Alonso Álvarez de Cepeda y Beatriz de Ahumada.

A partir de la pubertad la futura carmelita fue pródiga en cuanto a padecimientos médicos se refiere y más concretamente en la esfera neurológica, los cuales no la abandonarían durante el resto de su vida. Sabemos que a la edad de 17 años padeció fiebre y pérdida de conciencia, tal y como ella misma nos relató: “habíame dado con unas calenturas unos grandes desmayos”.

Esta enfermedad no fue óbice para que Teresa ingresara en la orden las Carmelitas dos años después, una de sus mayores ilusiones, a pesar de la prohibición expresa de su padre de no formar parte de ninguna orden religiosa hasta que él hubiese fallecido.

El año 1539 fue crucial en su patobiografía, acababa de celebrar su vigésimo cuarto cumpleaños cuando fue dada por muerta, llegándose a abrir sepultura e, incluso, a amortajarla. Afortunadamente, su padre se negó con firmeza a que se llevara a cabo el sepelio y después de cuatro días de tormento la joven recuperó la conciencia.

En su autobiografía relató este episodio de la siguiente forma: “…dióme aquella noche un gran paroxismo que me duró estar sin sentido cuatro días, poco menos. Es en esto me dieron el sacramento de la unción…”. A la luz de la medicina actual muy posiblemente estuvo cuatro días en un estatus epiléptico –una situación clínica que cursa con actividad epiléptica persistente- tras el cual salió con “la boca hecha pedazos de mordida”.

Los arrobamientos de la Santa

Será a partir de ese momento, y hasta que cumpla los 43 años, cuando la salud de la santa se desboque. Sabemos que sufrió cefaleas frecuentes, depresión y un temblor muscular recio, tal y como dirían los castellanoleoneses, que se originaba en las extremidades y que, en ocasiones, se extendía por el resto del cuerpo. Uno de sus mejores biógrafos –el jesuita Ribera, contemporáneo de la santa- nos aporta algunos datos de enorme valor en este sentido: “…un temblor que a tiempos le daba en la cabeza y en el brazo, y a veces en todo el cuerpo…”.

A partir de esa edad la Santa aquejó las conocidas crisis de éxtasis o arrobamientos, como ella prefería denominarlas. Este tipo de trastorno, una simbiosis entre el placer y el sufrimiento, turbaba y preocupaba, a partes iguales, a la abulense: “…quiere el alma estar sufriendo siempre de este mal…”.

En su autobiografía aparecen minuciosamente descritos estos episodios, lo cual manifiesta que Santa Teresa trataba de aportar el mayor número de datos posibles a sus confesores para que pudiesen proporcionarle una explicación convincente. Gracias a ellos sabemos que los arrobamientos eran inesperados (“súbitamente me vino un recogimiento”), incontrolables (“estando entre la gente no los podía resistir”), de escasa duración (“dura poco”) y con una frecuencia muy variable (“dos años y medio me duró”).

En todos ellos hay una característica común: el desarrollo de la secuencia. Se iniciaban con una alucinación visual (“me vino un recogimiento con una luz tan grande”), se seguían de una anulación sensorial (“no se puede hablar ni los ojos abrir”) y finalizaba con alucinaciones, generalmente complejas y de contenido religioso (cielo, infierno, Virgen, ángeles, santo…). A continuación, la Santa se quedaba durante “uno o dos días como embobada”.

En ningún caso existe constancia de que estos éxtasis místicos se acompañasen de síntomas motores y es sabido que, a pesar de que estos episodios persistieron hasta su fallecimiento, fue a partir de 1582 cuando los arrobamientos disminuyeron en número. Todos estos datos nos hacen pensar que es bastante probable que su origen tuviese un sustrato de tipo epileptógeno y que el foco se encontrase, muy probablemente, en el lóbulo temporal del cerebro.

Santa Teresa se despidió de sus contemporáneos a la edad de 67 años en Alba de Tormes. No deja de ser curioso que falleciese el día 4 de octubre de 1582 y que recibiese sepulta al día siguiente, esto es, el 15 de octubre del mismo año. ¿Cómo es posible? La razón es bien sencilla: su muerte coincidió casualmente con la corrección de calendario gregoriano.