
Seguro que alguna vez has oído «por mal que te vaya, al menos recuerda que fuiste el espermatozoide más rápido». De algún modo, el mensaje lleva implícito un valor de selección natural que aporta ánimo o fuerza. Otros muchos espermatozoides, más lentos o torpes, quedaron rezagados y el primero en llegar fue el que fecundó el óvulo, y fruto de esa fecundación, se formó el embrión que terminaría desarrollándose en una persona. Y esa persona eres tú. ¡Enhorabuena!
Hay personas que incluso utilizan el dicho como forma de alardear de sus logros —«es que fui el espermatozoide más rápido»—, o, en tono sarcástico, para menospreciar a otros —«si tú fuiste el espermatozoide más rápido, ¿cómo sería el resto?»—. Sin embargo, la cuestión tiene mucho de mito y es momento de desmontarlo.
¿Una carrera meritoria?
Para empezar, una persona no es un espermatozoide. La mitad del genoma nuclear —el que se encuentra en el núcleo de las células— de una persona procede del gameto masculino, el espermatozoide, y la otra mitad, del gameto femenino, el óvulo. Si vamos al ADN mitocondrial, la práctica totalidad procede de la ascendencia materna. Y por otro lado, ¿por qué ser el más rápido habría de ser motivo de celebración? ¿Qué tiene de meritorio proceder de una célula que tuvo la suerte de salir antes de la ‘parrilla de salida’, o que, por mera casualidad, tuvo más mitocondrias que le permitieron mover su flagelo a mayor velocidad?
En efecto, se trata de una percepción bastante androcéntrica, que asume que los únicos factores relevantes tienen que ver con los espermatozoides: su posición de salida, su movilidad, su velocidad… y que el ovario es una especie de meta, un sujeto pasivo cuya única función es ser alcanzado por el gameto masculino ganador de la carrera. Tal visión androcéntrica no responde a la realidad, es más, incluso el mero concepto es falso. El espermatozoide que fecunda al óvulo no es el más rápido.
El espermatozoide más rápido: el primero en morir
El ovario es una célula muy compleja que contiene todos los elementos celulares necesarios para formar un embrión, excepto los cromosomas, que en vez de presentarse por pares (diploidía), se encuentran solitarios (haploidía). Requiere, pues, del aporte cromosómico del espermatozoide, que también es haploide, para formar el juego cromosómico completo.
Para que el espermatozoide pueda introducir su núcleo en el óvulo necesita alcanzar la membrana celular. Pero en el gameto femenino, por fuera de la membrana, hay una capa gelatinosa y translúcida, formada por glicoproteínas, la llamada ‘zona pelúcida’, que tiene función atractora para los espermatozoides, y que es necesario atravesar para entrar en contacto con la membrana celular.
El primer espermatozoide que llega al óvulo, el supuesto ganador de la carrera, impacta contra esta barrera protectora pelúcida. Aunque el espermatozoide tenga buena movilidad, morirá en el proceso, eso sí, abriendo camino para que otros que lleguen después puedan acercarse un poco más a la membrana celular.
Muchos espermatozoides quedan atrapados en esta capa de glicoproteínas, sin alcanzar su destino. Los más rápidos —hablamos de millones— se sacrifican, debilitando la zona pelúcida, para permitir a los que llegan detrás adentrarse más y más, hasta que uno de ellos, un integrante del pelotón sin posición privilegiada, logra su objetivo, entra en contacto con la membrana celular y descarga su núcleo en el óvulo. Por eso son necesarios millones de espermatozoides para que se produzca la fecundación.
En el momento en el que uno de los espermatozoides toma contacto, se produce una descarga de iones de calcio, que despolariza la membrana celular. La membrana pelúcida se transforma entonces en una barrera impenetrable que impide la polispermia —la fecundación de un óvulo por varios espermatozoides—.
El papel selectivo del óvulo
Aunque ya hemos desterrado la idea de que el espermatozoide más rápido es el victorioso, una parte del mito no es tan falsa: sí hay una selección natural de espermatozoides, pero no tiene que ver ni con la velocidad ni con ningún mérito. De hecho, la presión selectiva no viene de esa especie de ‘competición’ entre espermatozoides. Recordemos que esa visión androcéntrica del espermatozoide como única entidad activa que busca la meta pasiva, que sería el óvulo, es falsa.
El papel más activo e importante en la selección lo juega el óvulo. Lejos de ser la entidad pasiva que solo recibe espermatozoides y aguarda pacientemente a que uno consiga penetrar, el óvulo tiene preferencias genéticas que establecen una serie de prioridades. De algún modo, facilita el acceso de los espermatozoides genéticamente más adecuados en función de su propia genética, y evita activamente que los menos apropiados lleguen a fertilizar.
Este fenómeno, descubierto en 2017 por Joseph H. Nadeau, del Instituto de Investigación del Noroeste del Pacífico en Seattle, estado de Washington, recibió el nombre de fertilización genéticamente segregada y abrió un campo de investigación nuevo en torno a las interacciones celulares y moleculares entre espermatozoides y óvulo, con profundas implicaciones en la comprensión de la herencia —no tan aleatoria como se pensaba hasta entonces—, la reproducción y la genética de poblaciones.
Así pues, un embrión no es el resultado de la fecundación del espermatozoide más rápido, sino de aquel espermatozoide, que formaba parte del pelotón, y que era el favorito del óvulo. ¡Enhorabuena!
Referencias:
- Bleil, J. D. et al. 1980. Structure and function of the zona pellucida: Identification and characterization of the proteins of the mouse oocyte’s zona pellucida. Developmental Biology, 76(1), 185-202. DOI: 10.1016/0012-1606(80)90371-1
- Nadeau, J. H. 2017. Do Gametes Woo? Evidence for Their Nonrandom Union at Fertilization. Genetics, 207(2), 369-387. DOI: 10.1534/genetics.117.300109
- Solomon, E. P. et al. 2013. Biología (9a). Cengage Learning Editores.