En la ceja de la bolivianidad, en el filo mismo de la patria, surgió un pueblo que se convirtió en un ícono de la soberanía nacional. Tierras ardientes y de exhuberante vegetación, de difícil vivir pero de muchas oportunidades. Tierras rojas que le dieron el nombre a Bermejo, con un río majestuoso, caudaloso y poderoso, marcando la frontera entre Bolivia y Argentina.
Fueron muchos, grandes hombres y mujeres que valientemente pusieron la primera piedra, luchando contra las adversidades de la naturaleza, tantas que algunos regresaron por donde vinieron, por un camino sinuoso, caprichoso, perdido entre montañas empinadas y agresivas, que cerraban el paso a quiénes osaban querer llegar hasta los límites mismos de la patria. Allí, la riqueza rugía en sus entrañas y arañaba con para salir a borbotones de esperanza. En Bermejo se descubrió el petróleo en Bolivia, fue en 1924, fue cuando comenzó esta loca historia de los hidrocarburos.
En el triángulo sur, también se generó una próspera industria agrícola, la caña convertida en azúcar endulzó la vida de los bolivianos. Los ingenios abrieron otras puertas y diversificaron la economía regional. Rica y auténtica historia de un rincón en el que el corazón late a un ritmo diferente y el amor por Bolivia eriza la piel.
Eso y más es Bermejo, hoy convertido en el Macondo boliviano, postrado y olvidado. Una región que hace unos meses, recién pudo conectarse al sistema nacional de electricidad, como si de mucha modernidad se tratara. Que aún padece una carencia lacerante en cuanto a servicios básicos, comenzando por la dotación de agua potable, anhelo no alcanzado todavía, quizá para la segunda mitad del siglo XXI, quieran “regalarle” eso a un pueblo que dio tanto y recibió muy poco.