El no importismo generalizado es más dañino aún que la acción corrupta de quienes permiten un daño casi irreversible, ante nuestros ojos sigue sucediendo y no se hace nada, es como si las voces se hubieran cansado de gritar y protestar, es como si el cinismo de las autoridades de turno se hubiera impuesto, como si ese ” no hacer caso” le hubiera ganado al reclamo y derecho de exigir una mejor administración de lo nuestro.
El río se sigue muriendo, una auditoría ambiental así lo dice, no hay quien la haga cumplir y respetar, todo sucede como siempre, en medio de una vorágine que se come todo, hasta las ilusiones de un pueblo, pasivo, sumiso, callado, insensible ante su propio desangramiento. Las volquetas continúan su eterno ir y venir con toneladas de áridos, ripio, arena, etc, todo aquello que nos da ese río y de lo que ya no queda tanto. Se ha vuelto tan normal, tan de nuestro vivir, que ese desfile mortal no llama la atención, ya es parte del paisaje. Es difícil no encontrar camiones extrayendo sin medida ni control los áridos del Guadalquivir, el municipio se ha convertido en el gran facilitador porque en “sus narices” sigue produciéndose esta depredación letal.
Más arriba o más abajo… los montículos de piedra son parte de ese cuadro horrendo que hoy se pinta en este otrora importante afluente, un río que ya no es río lucha por no morirse mientras nosotros insistimos en matarlo, unos con acciones directas y otros por omisión, por no hacer nada por salvarlo. Se dice que como se vive se muere, así será la suerte de este pueblo que deja hacer, deja pasar, la naturaleza no perdona, es implacable, el tiempo cobra, pasa factura, a veces es difícil volver atrás, recuperar lo perdido. Mientras el río se queda sin áridos, vacío, hay quienes ganan la plata, con los bolsillos llenos, usufructuando y abusando. Triste realidad, tétrica realidad… se están llevando el río cargado en esas volquetas.