La política enciende pasiones, al punto que los excesos están también en el menú del día. Bolivia es un país que ha vivido expuesto a sus tempestades. La democracia ha abierto una puerta grande que nos ha enseñado a vivir de otra manera.
Lo que llama la atención es la manera en la que el pueblo va asumiendo conductas relacionadas al apoyo y defensa de un líder, ya sea autoridad, candidato, de ese alguien que les indica por donde se debe caminar, aún sin conocerlo, aún siendo lejano, lo asume como propio, como cercano y por eso da la cara por él y hasta pone el pecho si es necesario. Las masas tienen comportamientos que no se pueden prever, de ahí la responsabilidad de quien tiene el poder de influir en ellas.
La gente se identifica, o al parecer precisa hacerlo, con quien reinvindica lo que considera rebasado o violentando, de acuerdo a sus propios principios y valores. Quienes son parte de ellas, se acercan y comparten una mirada similar hasta sin conocerse, pasan a formar parte de una especie de familia o grupo, en el que tienen intereses comunes, criterios parecidos y hasta sentimientos similares.
Los conglomerados políticos llegan también a vincularse a través de distintivos, símbolos, colores, etc, mismos que se convierten en una especie de uniforme y hasta de una manera de conseguir una identidad.
Lo que creemos es que las pasiones políticas no pueden llevarnos a la comisión de ilícitos, a generar distancia con familiares o amigos y a perder nuestra noción subjetiva de situaciones que se presentan en escenarios de esta índole.