Multiplicamos los deseos, pero nos falta el
ejercicio de la voluntad. Reproducimos
nuestros afanes y desvelos, pero
tampoco activamos el espíritu
creativo. Andamos necesitados
de sosiego y apenas buscamos
tiempo para alimentar de po-
emas el alma, que es lo que en
verdad nos tranquiliza el cora-
zón, llenándonos de paz inte-
rior. Deberíamos despojarnos,
por tanto, de este corrupto am-
biente, que nos ha hecho per-
der hasta nuestra propia con-
ciencia; dejándonos sin aliento
para continuar el abecedario
de las pulsaciones y proseguir
caminos nuevos. Como tantas
veces he dicho: ¡Nos falta co-
razón y nos sobra coraza! Así
no podemos innovar, dado que
los cimientos existenciales son
más poéticos que poderosos.
Por desgracia, nos puede el ins-
tinto dominador antes que la
mano tendida. Rompemos vín-
culos, sin crear esperanza algu-
na de caminantes, tomando el
pedestal de la soberbia como
impulso, la ingratitud y la en-
vidia como vitalidad; y, en re-
alidad, todo esto nos enferma
de desánimo, hasta dejarnos
marchitos de dolor. La situa-
ción es bien clara, de agobio
permanente y de necedad con-
tinua.
Ciertamente, aumentan los
muertos en vida, porque han
dejado de ser algo digno, afec-
tados por el grave virus de la
indiferencia y la exclusión.
¡Cuánto mal podría ser evitado!
El estigma social y la falta de
cuidado entre semejantes con-
tinúan siendo los principales
obstáculos, sobre todo en la
búsqueda de asistencia para el
germen de la desesperación, lo
que pone de relieve la necesi-
dad de campañas que nos con-
ciencien en la escucha de la
mente y en la sintonía entre si-
milares. La intoxicación social
es tan fuerte que además todo
se confunde. La falsedad go-
bierna al mundo. Cada día son
más las personas que no se
aguantan ni ellas mismas. Así
pues, vivir, que es un depender
y un compartir como especie
pensante, se ha convertido en
un triste morar de piedra en
piedra. No acertamos a labrar
horizonte alguno, nos endio-
samos antes. Por otra parte, so-
mos incapaces de implantar
una convivencia armónica y de
hermanarnos, fallamos en los
principios y valores, en la recta
razón que ha de ser y en el de-
ber responsable. Por si fuera
poco, caminamos ausentes e
individualistas, levantando ba-
rreras y sembrando veneno.
Fruto de todo este aluvión de
penurias son las múltiples con-
tiendas que nos acorralan, ante
el tremendo reinado de la ma-
licia humana, que todo lo des-
equilibra, hasta el extremo que
nuestra propio hábitat, nos avi-
sa continuamente del propio
malestar de las hazañas huma-
nas. Quizás tengamos que to-
mar otras vías más auténticas,
como esas gentes que trabajan
en los lugares más remotos y
peligrosos para servir a las per-
sonas más vulnerables del
mundo. Estaría bien que fuesen
nuestro referente y supiéramos
rodearnos de lenguajes más in-
teriores que exteriores. Envol-
vernos de místicas que nos vi-
vifiquen por dentro, después
del esfuerzo de batallar con las
cruces que nos lanzamos unos
contra otros, puede ser una
buena terapia. De ahí, lo im-
portante que es repensar sobre
el trayecto andado y ver la ma-
nera de entonar un nuevo pul-
so regenerador, como expre-
sión de amor, lo que nos invita
a enraizar nuestros pasos en el
buen decir y mejor obrar.
Precisamente, es la vida la
que nos rejuvenece y nos da sa-
via de continuidad. Desde lue-
go, no es humano destruirnos.
Tal vez será saludable hacer re-
cuento de lo vivido para co-
menzar a no enfrentarse a uno
mismo y vivir con plenitud y
dignidad, reconocerse parte del
universo y compartir el diario
de asombros que el camino nos
ofrece. Proseguir amortajando
nuestro propio andar es in-
aceptable. Cuerpo y espíritu o
itinerarios y horizontes, forman
parte de la atmósfera armónica
que requerimos y que hemos
de trabajar, cada cual desde su
misión viviente, para estar en
un equilibrio natural y experi-
mentar esa consideración entre
identidades diversas. En con-
secuencia, desfallecer en vida
es lo peor que nos puede pasar
como raza. Al fin y al cabo, to-
dos necesitamos de una viva
compañía, al menos para poder
abrir los ojos y disfrutar del sin-
gular concierto de los días,
siempre cargado de estímulos
que nos renacen. El inolvidable
rebrote de latidos, afines a la
belleza y a la bondad, son los
que nos hacen mejorar en todo,
también en salud mental